Mi paisaje cotidiano, ese mar Mediterráneo tan calmado y siempre moviéndose en el mismo sentido, hacia las rocas para romper en ellas, este fin de semana ha cambiado.
El viento impedía que se acercase a la costa, y eso hacía que además de no haber grandes olas, la visión del mar era de lucha, una poderosa fuerza era su contrincante y toda su extensión estaba cubierta de pequeñas porciones antagónicas.
Una imagen vale más que mil palabras, y si son de las mías, más que dosmil: