Después de muchos días de tensión y angustía, el viernes me divertí muchísimo. Más de dos horas desfilando, sin pasar nada de frío y escandalizando a todo el pueblo.
Sólo con ver la sonrisa de felicidad de los yayos imaginándose quien sabe qué, y la sorpresa sincera y sin cortapisas de los niños, merece la pena pasar horas de nervios y discusiones.
Yo me lo pasé bomba, sobre todo al ver que nadie nos miraba la cara.
A ver si puedo conseguir que el año próximo salgamos todas difrazadas en la foto.